El peronismo tiene dos formas de relacionarse con el poder: o participa, o lo enfrenta. La reflexión, de un viejo conocedor del justicialismo, sintetiza a la perfección la realidad que le toca asumir al gobernador, José Alperovich, tras las PASO de hace dos domingos.
El mandamás tucumano nunca confió en los peronistas locales. Llegó en plena crisis de representatividad política, allá a principios de 2000, reconstruyó su aparato electoral y permanentemente los desairó. Durante una década, a unos y otros les sirvió la sociedad. Hasta que, de a poco, comenzaron a transitar por veredas separadas.
Aunque el flojo resultado de las PASO desnudó esa ruptura, las diferencias entre el peronismo y el alperovichismo se exacerbaron en el inicio mismo de la tercera gestión de gobierno. Alperovich se embarcó en su tercer mandato sin saber, en realidad, cómo timonear un barco sin tierra a la vista. En sus dos períodos anteriores, cada tripulante que alzaba un monoocular venía enfrente un resultado tentador: la reelección. Por eso, todos se embarcaron en la odisea de navegar los mares alperovichistas.
Pero ahora, sin un tesoro que los sedujera en esta última travesía, cada uno se encerró en sí mismo y cuidó del otro. Los ejemplos sobran. Hasta la gestión que finalizó en octubre de 2011, los interlocutores de la Legislatura con la Casa de Gobierno eran los mismos: los históricos Roque Álvarez, José Cúneo Vergés y Sisto Terán, por nombrar algunos. Pero para su tercera etapa, Alperovich llenó las bancas de puros y "despolitizó el gabinete", como tanto le gusta decir. En realidad, pasó la escoba para evitar que la interna por la sucesión le licue el poder. Pero, más temprano que tarde, se dio cuenta de que esa receta no funciona.
En los últimos dos años, aquellos peronistas despreciados por el alperovichismo comenzaron a reagruparse -algunos-, o a moverse por su cuenta -otros-. No tanto con el afán de darle un sacudón al gobernador; sino, fundamentalmente, para empezar a desandar el camino que los llevará a 2015.
Gerónimo Vargas Aignasse, por ejemplo, pasó de ser un ultraalperovichista a intercambiar mimos públicos con el amayismo. Algunos intendentes, como el bellavistense Luis Espeche o el famaillense Juan Enrique Orellana, comenzaron a armar reuniones paralelas. Y el amayismo, que amagó y amagó tantas veces, finalmente una vez le jugó al quedo al alperovichismo. Porque el análisis del resultado de las PASO de la capital es, cuanto menos, curioso. En algunos circuitos periféricos de pura cepa amayista, la lista alperovichista apenas superó al canismo. Por ejemplo, el 22 (por 501 votos de diferencia, sobre 4.228 votantes), el 18 (por 77 adhesiones, sobre 13.472 votantes) y el 9A (por 215 sufragios más que la oposición, sobre 8.299). En el 18 y el 9A el único alperovichista con injerencia es Armando Cortalezzi, pero hay tres amayistas (Alfredo Toscano, Eloy del Pino y Christian Rodríguez) que responden al concejal que le susurra al oído al intendente, sueña con la intendencia para sí en 2015 y administra el circuito 22, Germán Alfaro.
Alperovich inició su tercer mandato mareado y dubitativo. Pasó de pedir por una reelección más para poder gobernar "bien" a gritar que él nunca habló de reformar otra vez la Constitución. Y así, desorientado, enfrentó las PASO. Abrumado por el golpe recibido, se refugió en Israel junto al guardián de sus decisiones: el ministro de Seguridad y ya convertido en su coaching personal, Jorge Gassenbauer. Hoy regresará para afrontar la sucesión. Casi en paralelo, el intendente Domingo Amaya se subirá a un avión con destino a Buenos Aires y una escala en el sciolismo. Es que los peronistas, o participan del poder, o lo enfrentan.